Leo y releo tu respuesta, una y otra vez y siento como las pupilas se me dilatan cuando veo tus palabras al otro lado de la pantalla. Nunca imaginé que encontrarme con la forma de expresarse de quien hasta ahora era un extraño, pudiera llegar a producirme una conmoción tan intensa, tan similar a un primer contacto de una piel con otra. En algunos momentos me produce escalofríos, el hecho de que hayas alcanzado con una simple mirada a mis palabras, eso tan íntimo, tan personal, tan escondido y que sin conocerme en absoluto, lo hayas llamado por su nombre. Muchas veces hablamos de cosas que no tienen nombre propio, de los restos de los añicos de la vida, que se van posando en el fondo del alma. Si tuviera que describírtelos, no podría, no sabría hacerlo. Desconozco las palabras para ello, sólo queda una punzada en el corazón, una sombra que pasa, un suspiro, aunque me gusta pensar que en algún momento y en algún lugar, todo acaba teniendo sentido. ¿Qué se me escapa la vida en las palabras y va hacia tí? Sé ahora, que no me he confundido, que entiendes, que conoces. Es la manera en que podemos hacer que este viaje sea real y que nuestra compañía no sea imaginaria, sinó una de esas cosas sin nombre, que nos produzca un suspiro, una punzada real y placentera. No voy a utilizar la lógica en este camino, aún siendo un instrumento muy útil en la vida, porque nuestro camino, nosotros, no estamos en la vida. En nuestro camino no rigen las leyes de las relaciones, ni tampoco tiene nombre. ¿Por qué habría de tener un nombre nuestro camino? Nuestro camino debe ser un lugar privado, en el que todas nuestras creencias puedan materializarse, en el que ambos podamos depositar nuestra alma en manos del otro, aún sin habernos visto y sabiendo que esta entrega, se convierte en un hilo de seda de una telaraña de palabras, que ambos sujetamos, cada uno en un extremo, y que si cualquiera de los dos suelta, provocará la caida del otro.